OS FILÓSOFOS E A COVID-19

 

Daniel Innerarity 

Ciudad de México / 30.04.2020 15:32:50

 

Daniel Innerarity (Bilbao, España, 1959) reconoce a la democracia como un sistema elástico y en constante movimiento. Su ensayo Comprender la democracia (Gedisa), es una breve, pero precisa reflexión alrededor de un orden político que hoy exige responsabilidades sociales, responsabilidades que, por cierto, se acentúan con una pandemia que según el filósofo español nos llevará a replantear nuestros espacios individuales y colectivos.

Cauto a la hora de aventurar un pronóstico, el también ganador del Premio Nacional de Literatura en la categoría de Ensayo, considerado por la revista francesa Le Nouvel Observateur por como uno de los grandes pensadores del mundo, avizora que uno de los efectos que podría tener la crisis global es la instauración de un capitalismo autoritario.

—En términos generales y globales, ¿cómo ha reaccionado Occidente ante la pandemia?

Es difícil responder, pero en principio estuvo mal no reconocerla de inmediato, aunque es verdad que no ayudó el grado de precariedad con que fluyó la información desde China. Además, es un virus relativamente nuevo, desconocido y con un efecto de contagio agudo. A partir de que no se conoce una vacuna tampoco sabemos su capacidad de reincidencia y comportamiento. En España las autoridades se equivocaron en calificarla como una simple gripe cuyo número de fallecimientos no iba a ser tan grande. El liderazgo ejercido en España ha sido muy vertical y quizá podría haber sido más cooperativo y horizontal. En México entiendo que el Presidente también tardó en darle la importancia que ameritaba, algo similar o incluso peor sucedió en Brasil y Estados Unidos.

—Esta lentitud habrá potenciado el impacto de la crisis.

La singularidad de esta epidemia está en la coincidencia con una gripe estacional en Europa. En un periodo breve de tiempo se dio un pico de contagios alto y en particular de gente mayor. La combinación de ambos ingredientes colapsó al sistema sanitario. Aquí radica el dramatismo fundamental y por lo mismo obligó a los estados a tomar una decisión radical como es el confinamiento. Su reacción supone la limitación de nuestras libertades y el cierre de las fronteras, algo que en Europa no se veía desde hace muchos años. Los efectos de todo esto son devastadores para la economía. Hoy, los gobernantes están obligados a poner sobre la balanza la economía y la salud, así como los intereses de las generaciones mayores contrapuestos con los de los más jóvenes. Debido a esto, en el futuro veremos una solicitud de rendición de cuentas por parte de la ciudadanía.

 

—Salud vs. economía supone un dilema ético y de valores muy contemporáneo.

No es algo nuevo, pero ahora se plantea con una agudeza inédita porque la elección es confinar a casi todo mundo en sus domicilios. No solo perdemos libertad, también dañamos mucho al sistema. Nuestras economías funcionan mediante aceleración, oferta y demanda, y nunca habíamos enfrentado algo como esto. La crisis de 2008 implicó desaceleración y recesión, pero un parón de esta dimensión es inédito.

—¿Qué efectos tendrá esto en nuestras democracias?

Esta crisis pone a prueba nuestra psicología individual; la estabilidad de los núcleos familiares; y la resistencia de las instituciones democráticas. No menos relevante ha sido comprobar cómo este virus ha revalorizado tres cosas que los líderes populistas despreciaron: primero, el saber de los expertos, los científicos han adquirido un papel muy relevante en las asesorías, recordemos el discurso anticientífico de Trump; segundo, el valor de las instituciones, donde incluyo a los sistemas de salud y a la inteligencia colectiva articulada en torno a la cultura de procedimiento y protocolos; y tercero, la idea de la comunidad global, hoy todos los estados están expuestos al mismo virus. Los muros o calificar a la pandemia como una guerra obedecen a un análisis equivocado.

—La soberanía de la desesperación, le llama Byung-Chul Han…

Efectivamente vemos un repliegue doméstico, pero también político con el cierre de fronteras y vuelos. El enclaustramiento es apenas un momento del combate al virus, cuando esto pase deberemos replantearnos qué tipo de espacios abiertos construiremos. El futuro del mundo debe ser abierto en términos geográficos y políticos. Hoy, como pocas veces, sabemos que estamos en un mundo común y necesitamos instituciones acordes. La Organización Mundial de la Salud trabaja con un presupuesto ridículo. En Europa las instancias continentales no tienen fuerza en términos de sanitarios. El repliegue no debe sustituir nuestra idea de vivir en comunidad.

 
"La idea del home office es muy bonita, pero profundiza la desigualdad dado que son pocos quienes pueden hacerlo"

DANIEL INNERARITY

—¿Cree que se reforzará la idea de contar sistemas sanitarios o esta preocupación será pasajera?

Me parece indudable repensar los sistemas sanitarios. La crisis nos afecta a todos más o menos por igual, pero el efecto final depende del tipo de instituciones que se tienen, de su calidad y de su universalidad de protección.

—¿A nivel individual seremos los mismos después de esto?

Nuestra psicología estaba armada de tal manera que pasábamos poco tiempo en casa. Esto supone que uno tiene un espacio y tiempo para la intimidad y el afecto; un espacio para la indiferencia que pueden ser los sitios abiertos; y un tercer espacio para el conflicto, que puede ser el trabajo. ¿La casa es realmente el lugar donde “se supone” reina el afecto? Para muchas personas, y particularmente para muchas mujeres no es así, incluso es lo contrario, un sitio donde viven amenazadas. Para nuestros hijos e hijas, las escuelas son resquicios de igualdad donde todos tienen los mismos pupitres y las mismas responsabilidades, en cambio la casa acentúa la desigualdad. Las hay grandes y pequeñas, unas tienen internet y otras no. La idea del home office es muy bonita, pero profundiza la desigualdad dado que son pocos quienes tienen la posibilidad de hacerlo.

—¿La pandemia golpea o fortalece al capitalismo?

El sistema de control chino puede ser una tentación para muchos gobernantes en Occidente, pero no olvidemos que restringe la libertad. Por otro lado, las crisis por sí mismas suponen una subversión total del orden dominante. Todavía es muy pronto para hablar de lo qué sucederá, pero corremos el riesgo de un capitalismo más autoritario.

—¿Como especie, qué lección nos da la pandemia?

Sin duda muchas, el asunto está en que la gente quiera aprenderlas. Ahí tengo mis dudas, porque eso depende de nuestra libertad. Ahora mismo estamos ante un desafío a nuestra inteligencia que nos deberá llevar a comprender bien lo que ha pasado. Veremos el tamaño de nuestra voluntad, porque tendremos que sacar la fuerza necesaria para reformular las instituciones en la dirección correcta. A lo largo de la historia de la humanidad no son pocos los ejemplos de oportunidades que hemos dejado pasar después de una crisis profunda. Me parece que lo más difícil será recuperar la confianza, que por cierto ya estaba en unos niveles muy bajos a nivel gubernamental e institucional. Creo que veremos una desconfianza interpersonal en las relaciones humanas, nos costará dejar de ver al otro como un potencial elemento de contagio.

 


Yuval Harari

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Humankind is now facing a global crisis. Perhaps the biggest crisis of our generation. The decisions people and governments take in the next few weeks will probably shape the world for years to come. They will shape not just our healthcare systems but also our economy, politics and culture. We must act quickly and decisively. We should also take into account the long-term consequences of our actions. When choosing between alternatives, we should ask ourselves not only how to overcome the immediate threat, but also what kind of world we will inhabit once the storm passes. Yes, the storm will pass, humankind will survive, most of us will still be alive — but we will inhabit a different world.  Many short-term emergency measures will become a fixture of life. That is the nature of emergencies. They fast-forward historical processes. Decisions that in normal times could take years of deliberation are passed in a matter of hours. Immature and even dangerous technologies are pressed into service, because the risks of doing nothing are bigger. Entire countries serve as guinea-pigs in large-scale social experiments. What happens when everybody works from home and communicates only at a distance? What happens when entire schools and universities go online? In normal times, governments, businesses and educational boards would never agree to conduct such experiments. But these aren’t normal times.

(Continua)

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Edgar Morin

Ao conferir uma leitura sobre a pandemia do coronavírus e o isolamento social em entrevista ao jornal francês CNRS, o filósofo Edgar Morin explicita que o cenário nos impõe desconstruções: a desconstrução da crença em verdades absolutas na ciência, da obstinação por garantias e certezas, e da pesquisa sem controvérsias.

O momento em que vivemos tende a convencer cidadãos e pesquisadores de que as teorias científicas são biodegradáveis e que “a ciência é uma realidade humana que, como a democracia, se baseia em debates de ideias, embora seus métodos de verificação sejam mais rigorosos”.

Aos 98 anos, Morin acredita que somos obrigados a encarar as incertezas, mas que podemos abraçar a certeza dos fatos que acompanhamos diariamente: o despertar da solidariedade e a oportunidade de reforçar a consciência das verdades humanas que fazem a qualidade de vida: amor, amizade, comunhão e solidariedade. Leia a entrevista completa abaixo.    

A pandemia de coronavírus trouxe brutalmente a ciência de volta ao centro da sociedade. Será que vamos sair transformados?

Edgar Morin: O que me impressiona é que grande parte do público via a ciência como o repertório de verdades absolutas, afirmações irrefutáveis. E todos ficaram tranquilos ao ver que o presidente estava cercado por um conselho científico. Mas o que aconteceu?

Rapidamente, percebemos que esses cientistas defendiam pontos de vista muito diferentes e, às vezes, contraditórios, seja nas medidas a serem adotadas, nos possíveis novos remédios para responder à emergência, na validade desse ou daquele medicamento, na duração dos ensaios clínicos a serem realizados .... Todas essas controvérsias introduzem dúvidas nas mentes dos cidadãos.

 Você quer dizer que o público pode perder a confiança na ciência?

Edagar Morin: Não se ele entender que as ciências vivem e progridem através de controvérsias. Os debates em torno da cloroquina, por exemplo, levantaram a questão da alternativa entre urgência e cautela.

O mundo científico já conhecia fortes controvérsias na época do surgimento da Aids, nos anos 80. No entanto, o que nos mostrou os filósofos das ciências, é precisamente que as controvérsias são parte inerente da pesquisa.

Infelizmente, poucos cientistas leram Karl Popper, que estabeleceu que uma teoria só é científica se for refutável, Gaston Bachelard, que colocou o problema da complexidade do conhecimento, ou Thomas Kuhn, que mostrou como a história da ciência é um processo descontínuo. Muitos cientistas ignoram a contribuição desses grandes epistemólogos e ainda trabalham de uma perspectiva dogmática.

A crise atual provavelmente modificará essa visão da ciência?

Edgar Morin: Não posso prever, mas espero que sirva para revelar o quanto a ciência é mais complexa do que gostaríamos de acreditar.

 

 

A ciência é uma realidade humana que, como a democracia, se baseia em debates de ideias, embora seus métodos de verificação sejam mais rigorosos. Apesar disso, as principais teorias aceitas tendem a se tornar dogmatizadas, e os grandes inovadores sempre lutaram para que suas descobertas fossem reconhecidas.

O episódio que estamos passando hoje pode, portanto, ser o momento certo para conscientizar os cidadãos e pesquisadores da necessidade de entender que as teorias científicas não são absolutas, como os dogmas das religiões, mas biodegradáveis.

A catástrofe da saúde, ou a situação sem precedentes de confinamento que estamos enfrentando atualmente: qual você acha que é a mais impressionante?

Edgar Morin: Não há necessidade de estabelecer uma hierarquia entre essas duas situações, pois a sequência delas foi cronológica e leva a uma crise que se pode dizer da civilização, porque nos força a mudar nosso comportamento e mudar nossas vidas, local e globalmente.

Tudo isso é um todo complexo. Se você quer vê-lo de um ponto de vista filosófico, precisa tentar estabelecer a conexão entre todas essas crises e pensar antes de tudo na incerteza, que é a principal característica.

O que é muito interessante, na crise do coronavírus, é que ainda não temos certeza sobre a própria origem desse vírus, nem sobre suas diferentes formas, as populações que ataca, seus graus de nocividade. Mas também estamos passando por uma grande incerteza sobre todas as consequências da epidemia em todas as áreas, sociais, econômicas, etc...

Mas como você acha que essas incertezas formam o elo entre todas essas crises?

Edgar Morin: Temos que aprender a aceitá-las e a viver com elas, enquanto nossa civilização instalou em nós a necessidade de certezas cada vez maiores sobre o futuro, muitas vezes ilusórias, às vezes frívolas.

A chegada do coronavírus nos lembra que a incerteza permanece um elemento inexpugnável da condição humana. Todo o seguro social em que você pode se inscrever nunca poderá garantir que você não ficará doente ou será feliz em sua casa.

Tentamos nos cercar com o máximo de certezas, mas viver é navegar em um mar de incertezas, através de ilhotas e arquipélagos de certezas nos quais nos reabastecemos.

É sua própria regra de vida?

Edgar Morin: Pelo contrário, é o resultado da minha experiência. Testemunhei tantos eventos imprevistos em minha vida - desde a resistência soviética na década de 1930 até a queda da URSS, para mencionar apenas dois fatos históricos improváveis antes que eles acontecessem - que faz parte do meu jeito de ser.

Não vivo em permanente ansiedade, mas espero que eventos mais ou menos catastróficos ocorram. Não estou dizendo que previ a epidemia atual, mas digo, por vários anos, que com a degradação de nossa biosfera, devemos nos preparar para desastres. Sim, faz parte da minha filosofia: "Espere o inesperado”.

Além disso, eu me preocupo com o destino do mundo depois de ter entendido, quando li Heidegger em 1960, que vivemos na era planetária; em 2000, a globalização era um processo que poderia causar tanto dano quanto benefício.

Também observo que a explosão descontrolada do desenvolvimento tecnoeconômico, animada por uma sede ilimitada de lucro e favorecida por uma política neoliberal generalizada, tornou-se prejudicial e provocou crises de todos os tipos. A partir desse momento, estou intelectualmente preparado para enfrentar o inesperado, para enfrentar convulsões.

 

 

Peter Sloterdijk

MADRI - Do outro lado do telefone, a voz de Peter Sloterdijk se ouve quebradiça. O grande filósofo alemão explica que não está muito bem hoje, mas logo se põe a falar e lança as ideias que estruturam em sua cabeça o novo universo da pandemia.

No centro destas ideias está um conceito que já empregou e que agora está assumindo um novo significado, o de coimunidade: o compromisso individual voltado à proteção mútua, que marcará a nova maneira de ser no mundo, segundo o autor de Crítica da razão cínica e da monumental trilogia Esferas (publicados no Brasil pela Estação Liberdade).

Sloterdijk, de 72 anos, não acredita que o mundo tenha se tornado grande demais para nós, ou que chegou a hora do reforço do nacionalismo. Pelo contrário, ele acredita que a pandemia evidenciou a extrema interdependência, o que exige "uma declaração geral de dependência universal".

Leia mais: Retomada de pé atrás: alemães evitam lotar lojas e livrarias que reabriram após confinamento por coronavírus

A dimensão da pandemia paralisou e atordoou as sociedades. O que acontecerá quando despertarmos e o medo amainar?

O mundo, como uma gigantesca esfera, se baseia na produção coletiva de uma atmosfera frívola. Sem frivolidade, não há público ou população que mostre uma inclinação para o consumo. Esse vínculo entre a atmosfera frívola e o consumismo foi quebrado. Todo mundo agora espera que esse vínculo vá retomar, mas será difícil. Após uma perturbação tão grande, o retorno aos padrões anteriores de frivolidade não será fácil.

Naquela esfera frívola, pensávamos que seríamos capazes de controlar a natureza com tecnologia sofisticada, mas o vírus nos pôs de joelhos. Nossa maneira de estar no mundo mudará?

O problema é a atmosfera frívola e que não aprendamos nada de novo com essa pandemia. Se olharmos para a história das sociedades modernas, elas sempre foram impregnadas por surtos relativamente regulares, mas, no passado, as pessoas tendiam a voltar aos seus hábitos comuns de existência. O que é novo agora é que vemos que, devido à globalização, a interconectividade das vidas humanas na Terra agora é mais forte e precisamos de uma consciência compartilhada da imunidade. A imunidade será o grande tema filosófico e político após a pandemia.

Na Itália: No 1º dia do desconfinamento, italianos já podem comprar 'corneto' e café, mas têm que comer na rua, em pé

Como essa idéia de proteção mútua se relaciona à situação atual?

O conceito de coimunidade implica aspectos de solidariedade biológica e coerência social e legal. Essa crise revela a necessidade de uma prática mais profunda de mutualismo: precisamos de proteção mútua generalizada, como digo em Você precisa mudar a sua vida (sem edição no Brasil).

A comunidade internacional parece estar indo na direção oposta. Atualmente, vemos mais concorrência do que cooperação.

Vejo como, no futuro, a competição pela imunidade deveria ser substituída por uma nova consciência de comunidade, pela necessidade de promover a coimunidade, resultado da observação de que a sobrevivência é indiferente às nacionalidades e às civilizações.

Os países estão agora fechando as fronteiras e se voltando para si mesmos.

Sim, mas as fronteiras são para os vizinhos dos dois lados. Não devemos interpretar mal. O bem-estar sanitário nacional também ajuda os vizinhos. Se controlarmos nossos problemas de saúde, também ajudaremos os nossos vizinhos, e não devemos interpretar esse autocuidado como uma regressão nacionalista. Por outro lado, se todos forem cuidadosos em seu território, eles farão uma enorme contribuição para os outros.

O Estado-nação ressurge com força no meio da emergência, mas, ao mesmo tempo, os países nunca dependeram tanto uns dos outros.

A maior preocupação das entidades políticas, dos Estados-nações, girou em torno da independência. Para o futuro, precisamos de uma declaração geral de dependência universal; a ideia básica de comunidade. A necessidade de um escudo universal para proteger todos os membros da comunidade humana. A enorme interação médica em todo o mundo está provando que isso já funciona.

Nossas democracias estão em perigo, ou as liberdades retornarão após o estado de emergência?

Em todo o mundo, agora está sendo lembrado que a necessidade de um Estado forte é algo que acompanhará nossa existência por um longo período, porque parece que eles são os únicos disponíveis para resolver problemas. Isso é complicado, porque poderia corromper nossas demandas democráticas. No futuro, uma tarefa para o público em geral e para a classe política será vigiar por um retorno claro às nossas liberdades democráticas.

As forças populistas parecem por ora deslocadas, mas cresce o medo de que se alimentem da frustração. Que impacto você acha que a pandemia terá no populismo?

Os movimentos populistas não são operativos, que têm atitudes pouco práticas, que exprimem a insatisfação generalizada mas não têm propostas para resolver problemas. Farão parte dos perdedores da crise. O público terá entendido que você não pode esperar nenhuma ajuda de parte deles.

Jürgen Habermas

Né en 1929, Jürgen Habermas est considéré comme l’un des philosophes les plus importants de notre temps. Représentant de la deuxième génération de l’école de Francfort, il vient de publier en Allemagne une immense histoire de la philosophie en deux volumes (à paraître aux éditions Gallimard en 2022). Européen convaincu, auteur notamment de La Constitution de l’Europe (Gallimard, 2012) et de L’Avenir de la nature humaine. Vers un eugénisme libéral ? (Gallimard 2015), il explique pourquoi l’Europe doit aider les pays membres très endettés et structurellement plus faibles qui, comme l’Italie et l’Espagne, sont particulièrement touchés par la pandémie de Covid-19.

Que révèle, selon vous, d’un point de vue éthique, philosophique et politique, cette crise sanitaire mondiale ?

D’un point de vue philosophique, je remarque que la pandémie impose aujourd’hui, dans le même temps et à tous, une poussée réflexive qui, jusqu’à présent, était l’affaire des experts : il nous faut agir dans le savoir explicite de notre non-savoir. Aujourd’hui, tous les citoyens apprennent comment leurs gouvernements doivent prendre des décisions dans la nette conscience des limites du savoir des virologues qui les conseillent. La scène où se déroule une action politique plongée dans l’incertitude aura rarement été éclairée d’une lumière aussi crue. Peut-être cette expérience pour le moins inhabituelle laissera-t-elle des traces dans la conscience publique.

Mais quels sont les défis éthiques auxquels nous confronte cette crise sanitaire ?

Je vois avant tout deux situations susceptibles de porter atteinte à l’intangibilité de la dignité humaine, cette intangibilité que la loi fondamentale allemande garantit dans son article premier et qu’elle explique ainsi dans son article 2 : « Chacun a droit à la vie et à l’intégrité physique.» La première situation a trait à ce que l’on appelle le « tri » ; la seconde au choix du moment approprié pour lever le confinement.

Le danger que représente la saturation des unités de soins intensifs de nos hôpitaux – un péril que craignent nos pays et qui est déjà devenu réalité en Italie – évoque des scénarios de médecine de catastrophe, qui ne se produisent que lors de guerres. Lorsque des patients y sont admis en trop grand nombre pour pouvoir être traités comme il conviendrait, le médecin se voit inéluctablement contraint de prendre une décision tragique car dans tous les cas immorale. C’est ainsi que naît la tentation d’enfreindre le principe d’une stricte égalité de traitement sans considération pour le statut social, l’origine, l’âge, etc., la tentation de favoriser, par exemple, les plus jeunes aux dépens des plus âgés. Et quand bien même des personnes âgées consentiraient d’elles-mêmes à un geste moralement admirable d’oubli de soi, quel médecin pourrait se permettre de « comparer » la « valeur » d’une vie humaine avec la « valeur » d’une autre et s’ériger ainsi en une instance ayant droit de vie et de mort ?


Martha Nussbaum

Esta pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros. Esta es la invitación de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, una de las pensadoras contemporáneas más respetadas y relevantes del planeta. Se encuentra en Chicago, en pleno embate del nuevo coronavirus. Solo el viernes, el estado de Illinois registró 3.137 nuevos casos y 105 nuevas muertes, sumando 2,457 fallecidos, hasta ese momento.

 

Nussbaum señala que es un tiempo de aprendizaje y resolución. ¿Aprender y resolver qué? Las dificultades que causará la covid-19 a su paso, dice Nussbaum. Y en eso la filosofía puede aportar mucho.

Nussbaum –que dio clases en las universidades de Harvard, Brown y Oxford antes de instalarse en la Universidad de Chicago, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2012 y suma 63 doctorados honoris causa– se apasiona al mencionar la relevancia de la filosofía en estos tiempos de pandemia: “Hay una sensación de urgencia. Y la filosofía es –remarca el verbo– urgente”.

¿Veremos a partir de esta pandemia mucho más de lo que usted ha definido como el ‘narcisismo del miedo’?
Hay un peligro mayor de aislarnos del resto, a medida que el miedo nos hace hiperconscientes de nuestros propios cuerpos y a medida que vemos a la mayoría de nuestros seres amados solo a través de una pantalla, y ni siquiera eso con el resto de la comunidad. Pero, al mismo tiempo, esta pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros. En mi ciudad y en mi estado, por ejemplo, todos los días recibimos nuevas evidencias sobre el hecho impactante de que los afroamericanos se están enfermando y mueren (por covid-19) en números mucho mayores que los blancos, y creo que eso finalmente ha permeado en personas que por mucho tiempo han ignorado las quejas de las minorías sobre inequidades en sanidad, vivienda o acceso a una buena nutrición. El buen periodismo ayudó a eso. Pero ahora debemos actuar y eso es más difícil que nunca, con la economía en ruinas. Afortunadamente, nuestra alcaldesa y nuestro gobernador han dado un buen ejemplo. Y conozco a muchas personas que están haciendo cosas para contribuir al alivio de los hambrientos, para ayudar a los comercios de nuestra comunidad y para apoyar a las entidades culturales y educativas que están en peligro.

 

¿Y qué ve como escenario posible cuando el covid-19 quede atrás?
Prefiero no arrojar predicciones. Sería irresponsable de mi parte. Pero sí puedo decirle que espero que mi país (Estados Unidos) finalmente haya entendido que los individuos no pueden desenvolverse sin un gobierno y que no pueden resolver sus problemas por su cuenta. Durante el New Deal, los estadounidenses comprendieron esto, pero esa comprensión se ha desvanecido. Ahora somos conscientes de que triunfaremos o caeremos juntos, así que más vale que sigamos así y actuemos de manera inteligente para resolver nuestros problemas.

¿Qué responsabilidades tienen los gobiernos y cuáles los ciudadanos en esta crisis?
En el corto plazo, todos tenemos la obligación de ayudarnos mutuamente, cualquiera sea nuestra labor: como trabajadores de la salud, donde muchos médicos retirados volvieron al servicio activo para cubrir las necesidades, o como docentes, cuando muchos maestros volvieron a dar clases; y, por supuesto, en nuestras obligaciones como amigos y miembros de familias. Nuestras obligaciones también son financieras: debemos donar dinero, si estamos entre los afortunados que podemos hacerlo, para ayudar a las instituciones en problemas. Y, claro, las soluciones estructurales de largo plazo también serán importantes: no solo se requerirán paquetes de rescate, sino un cambio en la política general. Debemos garantizarnos que todos tengan seguros médicos y de desempleo adecuados, y que los pequeños comercios tengan algún tipo de red de auxilio en tiempos complicados. Así, esta crisis podrá ser un tiempo de aprendizaje y resolución. Hoy todos tenemos un tiempo para pensar que no esperábamos tener. Debemos aprovecharlo.

 

¿Y los países desarrollados qué rol deberían asumir con relación a los países más pobres?
Solía pensar que los países más ricos estaban obligados a aportar dos puntos porcentuales de sus PIB a países en vías de desarrollo sin priorizar los caprichos de los países desarrollados que aportaban, sino cediéndoles el control sobre ese dinero a los países pobres para que lo definieran por su cuenta, según sus propios procesos democráticos. Pero mi confianza en esa idea mermó por el trabajo del ganador del premio nobel Angus Deaton, el gran economista sanitario. Él demostró, a través de estudios comparativos, que la ayuda externa rara vez ayuda y muy a menudo es contraproducente. Si un país o región va a desarrollar un buen sistema de salud, necesita la voluntad democrática de votar por las personas y las políticas que lo instrumenten. Porque, incluso, si el dinero externo no se consume corruptamente, su presencia a menudo debilita la creación de una voluntad democrática a favor de buenas políticas. Así, el consejo descorazonador de Deaton es que solamente los ciudadanos pueden resolver los problemas de su país, al menos en el sector de la salud. Yo sería menos pesimista en el área de la educación. Podemos contribuir a una infraestructura educativa, al conocimiento y a la transferencia de tecnología de muchas formas, y podemos destinar dinero en nuestras universidades para educar estudiantes de países en desarrollo que asumirán roles de liderazgo en sus países.

     

    ¿Por qué considera que la filosofía es más importante que nunca?
    Porque la filosofía se plantea las grandes preguntas, esas preguntas que cualquiera que quiera vivir bien necesita plantearse: ¿qué es una buena vida? ¿Qué es una sociedad justa? En estos momentos, estoy dando una clase llamada ‘Emociones, razón y derecho’, para estudiantes graduados y posgraduados de Derecho, y nunca he visto un grupo más involucrado en estos temas. Hay una sensación de urgencia. Y la filosofía es (remarca el verbo) urgente. Sus preguntas están con nosotros noche y día, y si no les prestamos atención y las estudiamos –sea en clase o mediante una lectura grupal o leyendo por nuestra cuenta–, es muy probable que respondamos estas grandes preguntas a las apuradas, de una manera indigna de nuestra capacidad de reflexión. Y algo más: ¡la filosofía es divertida! Resulta realmente estimulante preguntarse y debatir las grandes preguntas. Una colega comenzó una discusión grupal informal con estudiantes no solo de la rama de filosofía, acerca de las grandes preguntas, y organiza debates a medianoche, cuando muchos jóvenes están despiertos. El grupo se llama Lechuzas Nocturnas y siempre incluye a dos profesores: ella y un invitado. Usualmente participan unos 250 estudiantes solo por amor a las preguntas y siempre resulta peculiar e impredecible. Es algo muy precioso. La filosofía no debería quedar confinada a las universidades. Demasiadas personas están demasiado desconectadas de los grandes temas una vez que se ponen a trabajar.


    Byung-Chul Han

    Byung-Chul Han examina el futuro de la pandemia: “La muerte no es democrática”
     

    Byung-Chul Han. Foto: Elisenda Pons

    El intelectual surcoreano analiza las consecuencias que dejará la crisis del coronavirus en el orden político, la globalización y en los comportamientos humanos. Asegura que la pandemia posibilitará el ascenso de gobiernos autoritarios y la mayor vigilancia de los cuerpos, debido al temor del contagio. Además, propone una reflexión sobre la espiral autodestructiva del hombre en su relación con la naturaleza.


     

    Una sobrevida frágil, en un mundo en que las libertades se verán afectadas por la supervigilancia y el temor constante, es lo que vaticina el filósofo surcoreano Byung-Chul Han para el mundo post pandemia. Asegura que el temor a la muerte será una constante y que por ello, ganarán visibilidad los modelos autoritarios, en tanto la ciudadanía busque a líderes fuertes.

    Radicado en Alemania, país que ha declarado controlada la enfermedad, el pensador y académico se apresta a publicar un nuevo libro titulado La desaparición de los rituales. Pero en lo inmediato, reflexiona sobre las consecuencias de la pandemia del Covid-19 que ya superó las 300.000 víctimas a nivel mundial.

    Precisamente, sobre el feroz costo en vidas del virus, reflexiona en una entrevista concedida a la agencia EFE. “La muerte no es democrática. El Covid-19 no ha cambiado nada al respecto. La muerte nunca ha sido democrática. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad”, asegura.

    Por ello, hace hincapié en la condición de las víctimas, si examina su desglose por grupos sociales en algunos países. “Piense por ejemplo en Estados Unidos. Por el Covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La situación es similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados. Con el Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar”.

    Este último punto resulta clave. Para Byung-Chul Han, la situación del teletrabajo, como mecanismo para continuar la producción en tiempos de pandemia, también es un ejemplo de la desigualdad. “El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo. La pandemia no es solo un problema médico, sino social”.

    El final de la democracia

    Como en otras ocasiones, el filósofo no deja la ocasión para reflexionar sobre el impacto de la pandemia en los sistemas políticos. Consultado respecto a un posible nuevo auge del autrotarismo a nivel mundial, a consecuencia de la pandemia, el surcoreano afirma que “el Covid-19 no sustenta a la democracia. Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se beneficia enormemente de ello, declara el estado de emergencia y lo convierte en una situación normal. Ese es el final de la democracia”.

    Peor aún. En su opinión, Byung-Chul Han estima que el mundo se acerca a una era de control férreo sobre la existentencia. “Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia digital. Según Naomi Klein, el shock es un momento favorable para la instalación de un nuevo sistema de reglas”.

    “El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud -agrega-. Occidente se verá obligado a abandonar sus principios liberales; y luego está la amenaza de una sociedad en cuarentena biopolítica en Occidente en la que quedaría limitada permanentemente nuestra libertad”.

    Es por ello que las prioridades y los recursos, asegura, se enfocarán sólo en una cosa: sobrevivir. “Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud”.

    Pero en lo inmediato, afirma, la presencia constante de la muerte ha condicionado nuestras conductas. “La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido y subcontratado cuidadosamente. La presencia de la muerte en los medios de comunicación está poniendo nerviosa a la gente. La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana”.

    Esa “histeria de la supervivencia”, según el pensador, hace que las personas estén dispuestas a canjear retazos de libertad por autoritarismo. “Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos”.

    La religión, como ha comentado en otras ocasiones, también se halla vaciada de contenido en esta coyuntura. “La narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de supervivencia. Ante el virus, la creencia se convierte en una farsa. ¿Y nuestro papa? San Francisco abrazó a los leprosos…”.

    “El hombre está más amenazado que nunca”

    A partir de una antigua historia de Simbad el marino, Byung-Chul Han reflexiona sobre el potencial autodestructivo del hombre, en tiempos en que se ve tensionado por un virus. De alguna forma, el comportamiento del ser humano con la naturaleza, es casi análogo al de una expansión viral.

    “En un viaje, Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar”.

    “Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie, así contribuye a su propia caída (...) Nos comportamos con la Tierra como bacterias o virus que se multiplican sin piedad y finalmente destruyen al propio huésped. Crecimiento y destrucción se unen”, comenta.

    De allí a que la pandemia, y su impacto devastador, sean consecuencia de la acción del ser humano sobre la naturaleza. “La historia de la Humanidad es una lucha eterna contra lo divino, que resulta destruido necesariamente por lo humano -sostiene Byung-Chul Han-. La pandemia es el resultado de la crueldad humana. Intervenimos sin piedad en el ecosistema sensible”.

    “Simbad el Marino es la metáfora de la ignorancia humana -explica el académico-. El hombre cree que está a salvo, mientras que en cuestión de tiempo sucumbe al abismo por acción de las fuerzas elementales. La violencia que practica contra la naturaleza se la devuelve ésta con mayor fuerza. Esta es la dialéctica del Antropoceno. En esta era, el hombre está más amenazado que nunca”.

    La globalización

    Al final, se le pregunta a Byung-Chul Han cuánto golpeará la crisis provocada por la pandemia el orden mundial. En específico, al sistema de interacción internacional, la globalización, debido a la división internacional del trabajo que sitúa al continente asiático como uno de los principales puntos en que se manufacturan insumos médicos.

    “El principio de la globalización es maximizar las ganancias -dice el filósofo-. Por eso la producción de dispositivos médicos como máscaras protectoras o medicamentos se ha trasladado a Asia, y eso ha costado muchas vidas en Europa y en Estados Unidos”.

    “El capital es enemigo del ser humano, no podemos dejar todo al capital -agrega-. Ya no producimos para las personas, sino para el capital. Ya dijo Marx que el capital reduce al hombre a su órgano sexual, por medio del cual pare a críos vivos”.

    Para Byung-Chul Han, la libertad individual -en eventual riesgo ante la pérdida de la democracia- es una idea que se pone en entredicho. “También la libertad individual, que hoy adquiere una importancia excesiva, no es más en último término que un exceso del mismo capital”.

    “Kafka ya apuntó la lógica de la autoexplotación: el animal arranca el látigo al Señor y se azota a sí mismo para convertirse en el amo. En esta situación tan absurda están las personas en el régimen neoliberal. El ser humano tiene que recuperar su libertad”, concluye.

     


    Rutger Bergman

    https://thecorrespondent.com/466/the-neoliberal-era-is-ending-what-comes-next/61655148676-a00ee89a?fbclid=IwAR014D1hdls5W632Xxxb6eOEvrtG9caTeXSq6oRQwldCAH7b6z3kFizWL0g

     

    There are those who say this pandemic shouldn’t be politicised. That doing so is tantamount to basking in self-righteousness. Like the religious hardliner shouting it’s the wrath of God, or the populist scaremongering about the “Chinese virus”, or the trend-watcher predicting we’re finally entering a new era of love, mindfulness, and free money for all. 

    There are also those who say now is precisely the time to speak out. That the decisions being made at this moment will have ramifications far into the future. Or, as Obama’s chief of staff put it after Lehman Brothers fell in 2008: “You never want a serious crisis to go to waste.”

    In the first few weeks, I tended to side with the naysayers. I’ve written before about the opportunities crises present, but now it seemed tactless, even offensive. Then more days passed. Little by little, it started to dawn that this crisis might last months, a year, even longer. And that anti-crisis measures imposed temporarily one day could well become permanent the next. 

    No one knows what awaits us this time. But it’s precisely because we don’t know because the future is so uncertain, that we need to talk about it.

    Nigel Warburton

    One of the few sentences from Hegel I think I understand is “The owl of Minerva flies only at dusk”. When history has unfurled we will see its full significance, but not until then. But lacking a Hegelian confidence and altitude from which to interpret the logic of our story, what are we to make of the current crisis? Can philosophy illuminate this confusing mess? Perhaps a little, if we cherry-pick from its history.

    Were Susan Sontag alive today we could count on her to be scathing about the way politicians have been speaking about Covid-19. In Illness as Metaphor and AIDS and Its Metaphors, she analysed the metaphors used around TB, cancer and HIV. Today martial metaphors dominate. Emmanuel Macron declared war on the virus in the first few weeks of March. He used the phrase “We are at war” six times in one speech. Around the same time Boris Johnson announced “We are engaged in a war against the disease which we have to win”. Across the Atlantic Andrew Cuomo described doctors and nurses as “the soldiers who are fighting this battle for us”.

    All rousing stuff, giving a pretext for Churchillian speeches – but dangerous too. This rhetoric of war makes it much easier to bring in far-reaching restrictions on civil liberties, and it can cloud our thoughts about the nature of the situation. It has allowed politicians to enforce wartime measures – “because this is after all a war” – none more extreme than those of Viktor Orbán in Hungary, who has given himself the power to rule by decree for a period with no specified end date.

    When Johnson fell ill, Dominic Raab continued the martial theme, describing the PM as “a fighter”. He would come through OK — but the implication seemed to be that those who die weren’t fighting hard enough. Many rightly called him out. The truth is that survival in such cases is usually outside the patient’s control. Sontag again: “one cannot think without metaphors. But that doesn’t mean there aren’t some metaphors we might well abstain from or try to retire”. No more war talk, please.

    Jumping back to the seventeenth century, Thomas Hobbes in Leviathan examined how much freedom we should be prepared to give up for the security of living under the protection of a powerful state. If you don’t find the prospect of a “solitary, poor, nasty, brutish, and short” life attractive you should be prepared to give up a lot. Almost everything. Freedom is good, but security is better when the alternative is constant risk of death. That’s hard to deny. Just as long as the curbs on freedom are proportional and reversible.

    But how far should governments be allowed to go? This is a pressing concern and the conditions of lockdown aren’t making it easy for us to think clearly about it. Most of us feel a little fuzzy. Take just one issue, mass surveillance. Countries around the world are using digital technology to monitor citizens’ movements and connections. There’s an app for this. Things are happening so quickly that it is hard to tell what safeguards are being put in place. What will happen to that data afterwards? Will governments relinquish such a convenient tool of control once this crisis has ebbed? For anyone concerned with civil liberties there is a real fear that the virus is nudging us into an Orwellian future in which our every move can easily be monitored by the state – and will be.

    For those who studied “Trolley Problems” in Introduction to Philosophy classes it might seem obvious that philosophy can give us insights into what is going on now. In many countries life and death decisions have to be made about who gets access to scarce medical resources. Politicians have to decide whether likely deaths resulting from ending lockdown would be an acceptable cost for preventing a greater number of deaths that are likely from economic disaster. These situations are analogous to the famous thought experiment first formulated by Philippa Foot in which the runaway train carriage (the “trolley”) looks set to kill six people, but you could switch the points so it only takes out one. Should you sacrifice that one innocent person to save many? The consensus seems to be yes (as long as you don’t have to kill that person with your bare hands or, in a variant of the scenario, push him off a railway bridge to stop another runaway train hurtling towards six unfortunates).

    But can this easy answer apply to real cases? How should we react to taking an older person off a ventilator when a younger person comes through the door of the hospital, who “needs” it more because they are more likely to survive, and if so, more likely to live a longer life? Quality Adjusted Life-Year (QUALY) calculations seem brutal in such situations. Reality is not as clear-cut as any thought experiment, variables vary more, and outcomes are not so easily predicted.

    At best philosophy can clarify what is at stake and reveal what should be done given certain assumptions. But I’m sceptical that it can provide adequate answers to such terrible dilemmas, or make it any easier to decide who should live or die. Assumptions are hard to shift. Some people, for example, firmly believe that there are no circumstances in which we should make life and death decisions about other people. How do we accommodate them? Weighing lives is not easy. Traditionally that has been left to God, but that is no longer a plausible option (my own assumption). Yet our doctors are left to play God.

    When things get bad, it is worth remembering that philosophy also has a therapeutic tradition that started in ancient Greece. Stoics emphasized Epictetus’s dichotomy of control. It boils down to this: “You can control some things and other aspects of life are beyond your control. Focus on the ones you can control and don’t lose any sleep over the rest”. Many of us can take precautions that will lower the risk of exposure to the virus, but whether we succeed or not is largely out of our hands. Whether we get seriously ill and die is not something we can change just by the power of thought either. So we shouldn’t worry about it. Instead, focus on what we can control (allegedly), namely our reactions to what is happening, our behaviour. That way we can achieve a calm state of mind whatever the world throws at us. That will work for some people.

    I find the Epicurean tradition more appealing, however, particularly in how it encourages us to think about our own deaths. This fits with the classical belief that we study philosophy in order to learn how to die, a thought Montaigne riffed on in one of his essays. I shouldn’t fear my own death, because when it happens, I won’t be there (since death is the extinction of consciousness). I might rationally fear the painful process of dying, but death itself is nothing to fear. Simple. Those who feel otherwise are probably fantasizing that they will continue to exist and observe what is going on after they have died. But you won’t be there. Death is the end. That’s it. As Ludwig Wittgenstein put it, death is not an event in life.

    Yet, of all philosophers, Albert Camus stands out as the most insightful and relevant to our situation today. He sometimes denied that he was a philosopher, but he clearly was one. His novel The Plague (1947) which describes a North African city, Oran, shut off from the rest of the world to contain bubonic plague is traditionally read as a metaphor for Nazi occupation. But, as Robert Zaretsky noted in the TLS of April 10, it is far more than this. A more literal reading is appropriate today. Camus made many profound observations about human psychology under quarantine, and what really matters in life when living in fear of death. To take just one example, he discusses heroism in the face of a virulent disease, the heroism of those who are prepared to take serious personal risks to help other people. Yet such heroism is not something akin to sainthood; rather, it is ordinary people rising to an occasion and doing extraordinary things. There are, of course, those who take advantage of others’ weaknesses for their own ends. But there are heroes too, real heroes.

    Nigel Warburton is the author of A Little History of Philosophy, 2011, and co-host of the Philosophy Bites podcast


    Achille Mbembe

    https://www.mediapart.fr/journal/international/190420/achille-mbembe-le-monde-est-entraine-dans-un-vaste-processus-de-dilaceration

    19 AVRIL 2020 PAR 

    Pour le philosophe Achille Mbembe, nous vivons « en partie la conséquence du terrible travail effectué depuis quelques siècles pour détacher l’humanité de toute connexion avec l’étendue du vivant ».

    «C’est une opportunité historique pour les Africains, de mobiliser leurs intelligences réparties sur tous les continents, de rassembler leurs ressources endogènes, traditionnelles, diasporiques, scientifiques, nouvelles, digitales, leur créativité pour sortir plus forts d’un désastre que certains ont déjà prédit pour eux. »

     

    Vingt-cinq intellectuels africains co-signent dans le magazine Jeune Afrique un appel à la mobilisation pour vaincre le Covid-19